Columna centenaria testigo de múltiples historias en la capital del estado Nueva Esparta
Columna Centenaria en La Asunción |
Fuente: La Voz del Río/
Educación y Cultura
Por el Abg. Edinson Lares
Rojas
Con cien años observa sucesos
que confirma la expresión de ser Asuntin@
La ciudad capital del estado Nueva
Esparta: La Asunción; hijas e hijos la han cantado, amado y llorado un sinfín
de veces con pensamiento, palabra y
miles de escritos entre una larga quinta centenaria existencia. Hablar de ella,
está capital de estado insular que uno de los buenos y recordados poetas “Jesús
Rosas Marcano” calificó como “ciudad del silencio”, es significar
momentos que solo el viento, sobre las ramas de árboles y ornamentos históricos
en plazas, bulevares, plazoletas, parques y en todo lugar en ella; revive la
sensación de una ciudad que niega otro epíteto, tal vez más seguro, como los
referidos a ciudad “heroica, colonial e insular” que siempre titulan.
El monumento que cumple cien (100) años,
este 19 de diciembre de 2014, ha sido testigo de múltiples historias cotidianas
que la memoria colectiva comunal guarda, para nuevas generaciones originarias en
lo antiguo, actual y permanente; porque la columna centenaria engrandece las
historias contadas de su pasado inmediato como capital del estado Nueva
Esparta.
La columna vio desde su original
colocación en 1914, frente a la recién inaugurada -para aquella época de 1912-,
la nueva escuela básica nacional “Luisa Cáceres de Arismendi”, una curiosa motivación
para significar la construcción y designación de la “primera avenida en la
capital insular”, con el nombre –igualmente- de la heroína caraqueña “María”
Luisa Cáceres de Arismendi; quien cien (100) años antes, y hoy ya suman doscientos
(200) años del acontecimiento, confirmó el arribo desde la población de “La Esmeralda”
en la costa del estado Sucre, de aquella indómita adolescente de casi quince
(15) años de edad, quien el cuatro (4) de diciembre del convulsionado año de
1814, casó con el héroe margariteño –para la época Coronel- “Juan Bautista
Arismendi”, cargando con la inusual calamidad sufrida de huir a oriente para
salvar su vida; y viajar ella junto con pasiva comitiva hasta Santa Ana, para
unirse en matrimonio al incansable guerrero en la -hoy descuidada- residencia familiar
de la población de “Santa Ana del Norte”.
En poco tiempo cambió todos sus
alrededores, siendo invadida su entorno de viviendas con rigurosas
modificaciones sobre la vía, que como “avenida” en honor a la heroína, no
escapó al continúo hecho social de ser otra víctima más del olvido y desestimada
administración comunal, municipal, regional y nacional; siendo sus hijas e
hijos quienes la siguieron cantando, amando y llorando; por culpa propia y no
pocas instituciones declaradas atentas al soberano, en sus materiales e
inmateriales patrimonios tangibles vivientes. Aunque peor ha sido, las tristes
declaraciones de entes públicos que formulan sin justificar sus actos, el no recibir
recursos para su mantenimiento o arreglo al incontenible suceder del tiempo.
No deja de ser doloroso percibir el
descarado argumento de “querer a la ciudad”, sin darse por enterados quienes lo
repiten, que las obras o monumentos erigidos en toda población o ciudad, es
parte de la historia local, que de cuando en tanto debe ser considerado un
esencial patrimonio para solidificar con el tiempo, la rutilante etiqueta de “lo
que es nuestro”; ante no solo que surjan inconsistentes voces inhumanas de destruirlas
para dar paso al implicado “desarrollo”, por aquellos más interesados en obtener
ganancias económicas, o favorecer negociaciones foráneas momentáneas.
Cuando fue movida del lugar original, en
lo que califiqué como la “danza de las estatuas” en el año 2011, recuerdo que el
profesor Jesús José Aguíar, corrió a denunciar al “Instituto de Patrimonio
Cultural” la atroz y mala acción de las y los elegidos personeros municipales; que
sin ningún responsable sentido de “querer a la ciudad”, indujeron que operarios
de servicios particulares dañaran y partieran muchas piezas; incluida la mal
llamada “Columna a Luisa Cáceres”: cuya exclamación entre un reducido
desconocedor de la historia; no pocos habitantes lo repiten de forma equivocada.
En los registros municipales no tienen
nada guardado de su constructor o escultor original, nada se sabe de las o los impulsores
o fomentadores de erigir dicho monumento; e igual, ocurre con datas que reconstruyan
el acervo cultural inmaterial que está siendo olvidado y actuales disociadores
desean desaparecer para imponer nuevas obras de odio y negativa afectación a
todo lo que represente historia.
En la actualidad, queda por superar todo odio y
malas acciones de quienes deben ser las y los primeros responsables de su
preservación y cuido, como lo es quienes reciben recursos para ello; y, aunque
ninguna institución pública o privada, anuncia un acto jubilar a la magna fecha
centenaria, valga recordar que ante el monolito se encuentra: la “avenida
bulevar” que también es centenaria, la pared parte de una “casa muerta” con un
negativo emblema (AD) que recuerda los peores años de la representativa
democracia ahora minoría (1958-1998); así como diagonal a la izquierda de la
columna, el cuatricentenario “Puente Colonial”, y la aparición fantasmal cada
mes de mayo, del esencial centinela colonial que ahora cuida y vigila el seguro
paso del turista, navegado y habitante; que se dirige a la bella “ciudad del
silencio” o la actual capital insular del estado Nueva Esparta: La Asunción.
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